Les dejo una reflexión de un Piloto del Canal de Panamá.
Primero les explico brevemente qué es un Piloto Práctico: Cuando un barco está llegando a un puerto (en este caso llega a atravesar el Canal de Panamá), en una lancha muy grande , llega este oficial de marina mercante que toma el mando del barco y que es conocedor de la ruta o rutas ( se llaman canales de navegación y están delimitados básicamente por boyas de color verde o roja, hay mas pero no entraré en detalles) que "lleva" o dirige hasta el muelle en donde atracará la embarcación y ademas ordenará a los remolcadores el ángulo y fuerza para mover, o parar y acomodar el barco en el lugar planeado por la instalación portuaria.
”TESTIMONIO DE UN PRÁCTICO El Canal bajo fuego Efraín Hallax 31 mar 2020 - 12:00 AM TEMA: Canal de Panamácoronavirus Son las 3 de la mañana de un domingo cualquiera en la bahía de Panamá. Miles de luces centellean a distancia. Luces de una ciudad en cuarentena, luces que otrora marcaban alegres fiestas en condominios, y negocios de la ciudad. Esa oscuridad es buena para la navegación; desgraciadamente lo que ocurre en el alma de muchos panameños no lo es. La bahía es diferente dependiendo de que ángulo se vea. Mirando hacia afuera, se observan luces de docenas de barcos fondeados, todos esperando cruzar el Canal. Nadie ve, a miles de marinos presos y sin poder pisar tierra, por el nuevo virus que nos acecha en cada rincón donde haya vida humana. Saben que solo son lucecitas de una bahía; entienden que solo son barcos en la bahía. No sabemos quién tiene el virus. Todo lo imaginamos, y la mayoría inventa sus propias creencias para poder entender lo que no sabemos. Dan diezmos por correo, tomamos ajo, nos enmascaramos y sentimos temor al mundo que nos rodea. Temor que es más peligroso que el virus mismo. La solución actual es la cuarentena; por el momento, esa es la cura. Un marino fondeado en la bahía, se siente tranquilo mirando a una ciudad que está igual que él: encerrada y en cuarentena. Los marinos viven siempre igual. Con o sin virus, nada cambia para ellos. Miran a la ciudad y no entienden cómo, si es por su bien, un hombre no puede quedarse en su casa por un rato, solo por un rato. Algo raro no les funciona en su psiquis. Quizás sea su intranquilidad, el hambre, o el estrés. Viven encerrados siempre; no entienden cómo un panameño no puede hacerlo solo por unos días. La lancha de abordaje me deposita elegantemente al costado del barco. Calculando oleajes, corriente, y vientos, y subo cuidadosamente 9 metros por la escala de prácticos. Hace solo un mes otro práctico casi pierde la vida en ese intento. La vida de un piloto del Canal hoy día, es igual a su vida ayer o la de hace 80 años. Nada ha cambiado, salvo el enorme tamaño de los buques que transitan. Si algo sucede, el piloto es responsable. No es el capitán. El práctico pagará con cárcel, dinero, o la pérdida de su licencia. No hay excusas, no hay pruebas sumarias, o triquiñuelas de jueces corruptos; todo error se paga. La tripulación que me recibe, está asustada. Yo soy el extraño. Provengo de la ciudad contaminada. Ellos ya tienen 10 días navegando, y nadie ha tosido. Sospechan del piloto y dudan. Pero también hay una sonrisa, pues el piloto significa que pronto estarán lejos de la bahía. Detrás de mi suben 19 hombres, todos apretados en una lancha. Algunos contienen la respiración, para evitar el aliento del vecino. Son los pasacables, héroes anónimos que arriesgan su vida diariamente al estar concentrados en sus estaciones. Trabajan con sogas, acero, bajo el sol y la lluvia, pagando en ocasiones con la vida por una maniobra mal hecha. No se quejan, solo miran desconfiados a su alrededor. Tienen miedo, pero en un mundo de hombres, el miedo no es aceptable. Las bromas corren como la lluvia, las risas son escasas. Esa escena se repite a diario en nuestro Panamá. Actuamos en medio de la incertidumbre. No tenemos el valor de separar las emociones primarias, de las reales. En nuestra ignorancia, preferimos decir tonterías a guardar silencio. Preferimos ir a una reunión del partido, o a una iglesia sin calcular los peligros que existen al quebrar la cuarentena. Reconforta ver a un Canal trabajando como una máquina aceitada y perfecta. Una máquina donde miles de seres humanos trabajan sin cesar y exponen sus vidas diariamente. El tráfico no se detiene, ni se detendrá; el mundo depende de esto. Es un honor para mí, y creo que para todo canalero, saber que no importa lo que nos suceda, incluso si enfermamos o morimos, estamos cumpliendo con nuestro deber. Este sacrificio lo hacemos esperanzados de que el resto de Panamá también cumpla con su cuota de sacrificio. Tu cuota es menos riesgosa: ¡quedarte en tu casa! El autor es práctico del Canal de Panamá”
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